AYER Y HOY VOLVER
Esa mesa del bar, ubicada en la exacta mitad del salón, del lado de la ventana que da a Rodríguez, esa mesa que ahora ocupan dos mujeres que toman café, charlan y ríen, y llevan con notable esplendor los años que han vivido, esa mesa tiene una historia. Porque las cosas en este bar funcionan en una doble dimensión: en presente y en pasado simultáneamente.
Una de las mujeres que ocupan la mesa se llama Paola. En su cara están las dos caras de la vida, o mejor dicho las tres. Está la felicidad de haberse enamorado (de haber encontrado al hombre de su vida), y la desdicha de haberlo perdido en lo mejor de la vida, que es cuando los hijos crecen y llega el tiempo del disfrute. Eso pasó hace algo más de dos años. Y la tercera cara es la que vemos ahora: una mujer que ha sabido duelar la pérdida y empezar de nuevo.
Simultáneamente, en esa mesa del bar, hace algo así como cuarenta años tres jóvenes procedían a bautizarla (a la mesa), dándole el nombre de Los Fracasistas.
Era, el fracasismo, una marca generacional del Ideal, aunque nadie de esa mesa por aquel entonces había leído al padre literario de los fracasistas, el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro. Tampoco al chileno Bolaño. El nombre definía la forma del amor en la adolescencia. El amor fracasista era -dicho literalmente- lo único real y posible. Amar a alguien y no ser amado. El rebote ontológico. El amor no correspondido, la desdicha de la juventud, por eso que tan bien mentó Borges: que los jóvenes eran especialmente propensos a la infelicidad. Y luego Dolina, con eso de Dios salve a los hombres tristes de las mujeres hermosas.
Y tenía razón. Ni el Barriga, ni Eduardo, ni Marito fueron lo que se llaman tipos atractivos para las mujeres. Ninguno, que se sepa, encontró el amor, y se comieron la curva con Rayuela y la Maga de Cortázar, la mujer-utopía. Y eso que lo buscaron descreyendo de Buda (no se busca; se encuentra). Con los años fueron de romance en romance, condenados al fracaso. Nunca se enamoraron y tarde supieron que fundar la Mesa de los Fracasistas había sido más que un acierto confesional, un karma. La rayuela hecha un laberinto sin salida. Como dice el poeta, no hay peor nostalgia de lo que nunca jamás sucedió.
En oposición a tales historias, en esa misma mesa pero cuarenta años después, en el invierno del agonizante junio, la cara de Paola charlando con su amiga revela ese sosiego cálido tan característico de las viudas enamoradas que han sido felices, y que la desgracia las reinventó. Es otra mujer.
La Mesa de los Fracasistas del Ideal debería empezar a cambiar de nombre.
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