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Historias mínimas: Facturas y risas

Entonces, ¿cuál es la historia? Eso me pregunta un amigo al momento del justo reproche. No se puede usar el celular en el auto. Todos lo sabemos, todos o casi todos, digamos, alguna vez gambeteamos la norma.

-Pero es que no tenía otra oportunidad -le digo-. O sacaba la foto ahí mismo o me la perdía.

Mi amigo dice que no es excusa y tiene razón, pero mientras lo dice sigue mirando la fotografía que aparece en la pantallita del móvil.

Ve la Fiorino blanca, ve que está ploteada, como tantos otros autos y utilitarios que circulan por la ciudad haciendo del coche de trabajo también su propia publicidad. Creo, si me apuran, que no hay publicidad más legítima que esa.

-No seas reduccionista -observa mi amigo y agrega-: No hay argumento, no hay personajes, no hay diálogo.

-Por eso mismo, porque parte de la historia es la foto -le digo.

-¿La foto de la Fiorino? -dice, y creo que me está cargando porque mi amigo, al ser un contemporáneo, al ser un sobreviviente del siglo pasado, sabe muy que la fotografía de la que hablamos es la que expresa esa cara angular, de medio perfil, ese gesto que pinta hasta la última molécula de la picaresca argentina, ese hombre que debe haber inventado el arte de la improvisación antes de que el género se enseñara en talleres y facultades.

-Olmedo, el gran Olmedo -le digo.

Entonces la otra parte de la historia: un comerciante que se dedica a la elaboración de facturas, porque en la puerta trasera del utilitario se lee clarito la marca "Facturas de Tandil", le manda un guiño a sus ocasionales clientes. Porque nunca mejor lo ocasional del asunto: cualquiera que difunda su comercio de manera ambulante sabe que es como tirar la caña en un mar incierto: están los peces, está el agua, pero vaya a saber cuándo coinciden la carnada con el objetivo.

Un tipo, le digo a mi amigo, que ha puesto la cara de Olmedo por todo lo que esa cara expresa, para empezar un momento de buen humor, y para terminar: en el loquero a cielo abierto de las calles de la ciudad. "Qué geniales eran Borges y Álvarez", recuerda de golpe mi amigo, esa secuencia antológica que hacían Olmedo y Portales, con tres renglones de letra y el resto de improvisación pura. Fue a comienzos de la década del 80 por Canal 11. Entonces la televisión estaba viva y todavía faltaba un poco de tiempo para que Olmedo se cayera del balcón de un edificio en Mar del Plata, un 5 de marzo de 1988, y convirtiera la comedia y la tragedia en un mismo acto.

La historia, le digo a mi amigo, es la buena idea del comerciante que hace sus facturas de Tandil. Cada día anda recorriendo la ciudad con la cara de aquel tipo talentoso que a caballo de su humor artesanal logró el milagro de hacernos reír.

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