TOCO Y ME VOY VOLVER
Entonces con una amiga, Livia, entramos juntos en un viaje larguísimo: la lectura de En busca del tiempo perdido, la novela de Marcel Proust. Livia compró la misma edición de Alianza que tengo yo, y nos propusimos atravesar las magdalenas de Proust en un tiempo lógico: un año para los tres tomos. Un año para 3000 páginas, en un razonable promedio de 50 páginas por semana.
De mi parte la experiencia se vincula con mi oficio y un viaje literario postergado: conocer Combray, el pueblo francés que narra Proust en su obra maestra. En realidad se llamaba Illiers, pero los franceses, a tono con que no hay historia sin relato, le adjuntaron el nombre de Combray para que famosamente sea llamado Illiers-Combray, el lugar a donde acuden todos los lectores de Proust, o al menos los que pueden
Llegué a la mesa del Ideal con el primer tomo y cuatro carillas de un "Réquiem" que, si lo comparamos con Proust, suena a risa. Difícil convivir entre el mundo proustiano y los restos mortales de una galería del sur del mundo a punto de ser demolida, pero así son las cosas si uno elige su zona de escritura y decide vivir de ello. La Galería, esa esquina techada, ese vértice poblado de historias, de personajes, de mitos y fracasos, de anécdotas microscópicas que no quedarán a ningún libro, toca a su fin con el karma de estos tiempos: un día viene un tipo de afuera, con fama de testaferro del sindicalista de los camiones, compra toda la propiedad y a otra cosa mariposa. Escribí el Réquiem para estrenarlo en los dos shows que haremos con Pepo Sanzano, a instancias de Franco Cabrera que nos contrató: el jueves y viernes de la semana que viene en Bosco y El Criollo.
Lo que quedaba del texto era pulirlo, trabajar un poco la rima (es un recitado típico de cuartetas encadenadas) y pensaba dejarlo listo después de mis 50 páginas de Proust, pero -ya lo sabemos- el Ideal está recuperando también su propio tiempo perdido. Es decir que apenas me senté a leer, otros se fueron sentando conmigo, por decirlo así.
Primero pasó el Doctor Fútbol, don Pablo Pasty, que me pidió tres líneas para el epígrafe de una foto. Después llegó el amigo Richard Castejón. Al rato salió de su mesa el psicoanalista lacaniano Angelito Orbea. Hablamos del loquero del tránsito y lo mal que se maneja en la ciudad. Al ratito, de mesa a mesa charlamos con el portador del oráculo electoral, Oscar Nigro. Para nosotros lo primero es Boca, por lo tanto estamos contentos con la vuelta de Paredes pero coincidimos en que necesitamos al menos un zaguero central, un arquero y un puntero derecho.
Leí 20 páginas de En busca del tiempo perdido, y cuando me paré para irme no sabía que iba a volver a casa con una nueva nota del Bar Ideal en la cabeza. En la mesa vecina lo encontré a Oscar Musso, otro habitué de aquel bar de los milagros. Coincidimos en la felicidad de haber recuperado la esquina, la vista a la plaza, el café de siempre. Hablamos del desquiciante mundo que acecha. De lo que nos queda por delante y de cómo vivirlo. Con humor y severo pragmatismo descartamos cualquier movida épica, propia de la juventud.
-Para hacer la revolución me duelen las rodillas -me dijo Oscar.
Nos reímos, y es la pura verdad.
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