Dice que es de Buenos Aires pero hace un tiempo se radicó acá, un porteño más que se raja de la locura dice, de la selva de cemento, dice sin que le cause ningún malestar el lugar común.

Dice que ya tiene elegido el sitio donde pondrá el bar. Aunque no es precisamente un local comercial, sino, cómo explicarlo, dice: una Obra de Arte. Y que va replicar algunas ideas que trajo de Europa, más precisamente de España. Dice que será un bar distinto, que Tandil, en franca expansión, así lo dice, literalmente, y en la boca se le expande la sonrisa de los optimistas, aceptará de muy buen grado su propuesta.

Dice que no sólo será bar porque ya nadie puede vivir del pocillo de café, sino que gastronómicamente habrá una carta corta, y que en el fondo eso es lo que menos importa. Lo que importa es La Experiencia, dice, así, con mayúsculas.

Dice que la ubicación es perfecta, pues aunque desconoce la historia de la ciudad, al profundizar el proyecto comercial se enteró de que esa plaza, llamada popularmente como la plaza de las carretas, fue, digamos, dice, la primera estación terminal del pueblo, a donde, en efecto, paraban las carretas tras el largo peregrinaje por la pampa.

Dice que un lugar tan histórico cómo ése le calza a la perfección a su emprendimiento, tanto para el público local como para el turista. Dice que por la estructura del lugar donde funcionará el bar la inversión es mínima, con lo cual baja muchísimo el riesgo que todo negocio conlleva.

Dice que será un bar "inmersivo", es decir un lugar donde los parroquianos deben sumergirse "para vivir una experiencia alucinante", dice, con ese timbre afectado de los porteños que hablan arrastrando las eses. Dice, por fin, que él tiene pensado un nombre para el bar, y que por eso mismo requiere la consulta, para ver si ese nombre, de tan obvio que es, no será contraproducente. Tal vez, dice, le falte ingenio, pero en verdad no se me ha ocurrido, dice, otro nombre mejor.

Dice que el bar se llamará "Bar El Tanque", y se me queda mirando, a la espera de una reacción frente a su idea, la idea de convertir al tanque de agua de la Plaza de las Carretas en un bar, de allí lo "inmersivo" de La Experiencia, dado que, como todo el mundo sabe, muy pocos de los 150 mil vecinos y menos los turistas ha descendido alguna vez al vientre de cemento y piedra de ese tanque construido en 1940 para darle agua a la vecindad.

Dice qué me parece la propuesta, todavía con la sonrisa dental a pleno, dando por hecho que me ha tomado desprevenido con la idea, con el bar, con el nombre y todos los etcéteras posibles. Le digo que lamento decepcionarlo. Lamento mucho pincharle el globo pero esa idea ya se le ocurrió antes a alguien. Dice, con el ceño fruncido, a quién. Digo: a Claudio Crespi. Dice quién es Claudio Crespi. Le digo que no puede aspirar a vivir y mucho menos a hacer negocios en esta ciudad si no conoce a Crespi.

Dice: deme más precisiones, por favor. Se las doy: Crespi es un vendedor de ilusiones y hace unos cuantos meses fue al Municipio con la idea de convertir al Tanque de Agua en un recinto gastronómico. Y qué pasó, dice el porteño. Que no se puede, le digo. Por qué, dice. Porque hay agua. Y hay agua porque ese tanque todavía sigue dando agua a un sector de la población.

Dice que esta noticia le ha caído, precisamente, como un balde de agua fría. Le paso el alias, le digo. El alias para qué, me dice. Y al instante advierte que la consulta tiene precio, tal como cobran los dentistas, los mecánicos, los abogados y decenas de etcéteras. Claro, claro, dice, y abre su celular, y escribe el alias y transfiere.