Historias VOLVER
Dice que vio la serie de Menem pensando que iban a contar la aneda de La Farola, dice y aclara: la que usté contó una vuelta en el sótano de Syquet. Dice que esa tal vez sea la mejor aneda del turco (dice aneda, y fonéticamente la palabra toma otra consistencia, otra envergadura).
Dice que el turco, como todo turco tenía una memoria fenomenal. Que una vez, ya siendo presidente, volvió al Santamarina, a la sede social, dice, y entró y fue derecho a donde estaba el cantinero. Y que lo llamó por el nombre, porque en esa cantina Menem se había curado el hambre, y que el cantinero casi se cae de traste no sólo porque lo recordó patente patente sino porque además le dijo que no se había olvidado que le había quedado debiendo unos pesos de esos años de preso político en Tandil, cuando alternaba el morfi entre El Imperial, la cantina del Santamarina y la fonda Valle Bekaa, a cargo de dos hermanos libaneses y que también funcionaba como bar en calle 14 de Julio al 30.
Dice lo que dice todo el mundo: que Menem era un tipo sencillo, algo mujeriego con las minas (dice, además, que acá tuvo un par de novias pero que por códigos de caballeros él no piensa decir más nada al respecto). Dice que te miraba y te cagaba: un seductor nato.
Dice que, volviendo al principio, él no estaba esa noche en La Farola, el restaurante del portugués Currás, de calle Pinto, entre Rodríguez y 9 de Julio, donde después funcionó la Cantina Don Carlos, por lo tanto que cuenta de oídas lo que pasó. Dice que era una verdad patente patente que los brochetes que hacía Currás eran extraordinarios. Dice que es cierto, que el turco no debería haber ido, que no debía mostrarse, que estaba medio preso con libertad vigilada y que todas las mañanas mateaba con el comisario de la primera, el Cholito Llarrondo, que le pedía eso: que se guardara, que cuidara las formas.
Dice que no pudo resistir la tentación, y que también es cierto que en medio de la comida el payador Juan Manuel Rosas (homónimo del Restaurador), que estaba haciendo su show, lo reconoció, y le improvisó un verso: "Hay un turco en lo de Currás /lo estoy viendo a simple vista /pues los mejores brochés / ¡son y serán peronistas!", y que luego, lógicamente, todo el mundo se puso a cantar la marcha. Que el turco lo maldijo por botón, porque al otro día nomás le informaron que había transgredido las formas, y se lo llevaron de Tandil. Y que la maldición, aunque sin mala fe, funcionó. Porque así son las maldiciones de los turcos: siempre funcionan. Y al payador Juan Manuel Rosas lo agarró la decadencia.
Dice que en la fiesta de la Pastora se le cortó la cuerda de la guitarra y le hizo un tajo en la lengua. Y que otra noche en plena payada en Los Tigres, un prostíbulo rutero, le dedicó un verso lleno de malicia y rencor a la Ferrari del turco Menem. Y que un borracho, el Gárgara Ferrari, tomó el verso como algo personal y le arrojó una botella de vino por la cabeza. Que terminó en el hospital con quince puntos de sutura y que el incidente lo convenció a Rosas de que debía abandonar los escenarios. Así que terminó de cantinero en un club de los suburbios y entregado a la bebida.
Dice que es una lástima que esa aneda, la aneda de Menem en La Farola no haya estado presente en la serie, y pregunta cuándo voy a volver a contarla, aunque ya sea tarde para que caduque la maldición del riojano sobre el pobre Juan Manuel Rosas, extinto payador del barrio El Tropezón, y amigo de toda su vida.
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