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Es la mueca nostálgica de los gastronómicos, que tuvieron su aguinaldo con mejor rinde que lo esperado, y aunque quedan algunas horas de prosperidad por delante, ya están lamentando lo que no volverá a ser.
Es, aún más cáusticamente, la añoranza de los cabañeros, como preguntándose cuándo van a volver a tener la casa llena.
Es la cara de los pibes; en los más chicos, que van a primaria, hay el sentimiento encontrado de esas ganas de volver y ese adiós al largo recreo que les han permitido tomar. Es el eco del timbre que parece venir del fondo del tiempo para sacar a las escuelas de su quietud de museo.
Es el regreso de los que se fueron. Es volver a vestirse de costumbre, de zapatos que aprietan, de corbatas que ahorcan; es la condena acústica del despertador, es el óxido lento del hábito que corrompe los dientes, los espejos, las camas.
Es -también- la continuidad del tiempo detenido: no se fueron, tampoco se quedaron, simplemente están/estamos acá, como si en estas dos semanas nada inhabitual hubiera ocurrido en la manzana donde vivimos y el Universo entero, el reloj se deslizó con la monótona indiferencia de siempre, casi un metrónomo, y las valijas vacías y con algo de moho yacen en algún rincón de la caverna del placar.
Es el frío, que -sobre todo- se ensaña con los que están quietos, inmóviles en el paisaje de cada día, sin novedad en el frente.
Es la blanca luna flotando desde otro lugar y en otras noches, es la nieve aún viva en el vientre del teléfono celular que trae centenares de nuevas fotos que quedarán ahí, ocupando el espacio de la memoria inasible.
Es la única memoria verdadera, que habrá envilecerse con los años, que habrá de esclerosarse con el tiempo, la que guardará ciertas horas, ciertos momentos, un mar helado, una montaña ensimismada en su belleza, una roca inmutable, una cama de hotel, el hilo lánguido y azul de la ruta, abriéndose como una flor en la ida, cerrándose con la tristeza con que cerramos un buen libro en el final del camino, en la vuelta del viaje.
Es todo eso y mucho más lo que empieza a suceder a partir de este viernes, primer día de agosto, con el gélido julio en retirada.
Es la lluvia minuciosa que, desde que Borges lo dijo, sucede en el pasado.
Es el final y es el nuevo comienzo.
Se terminan las vacaciones.
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