Historias VOLVER
Ya hacía unas semanas que el Pirado (conocido personaje local que de un día para otro demenció) venía incurriendo en ciertos hechos desmesurados, pero todos con un patrón en común: usar al prójimo.
El pirado estaba algo pirado, es cierto, pero siempre en su propio beneficio. La gente lo veía llegar y se presagiaba lo peor. Sin embargo, en algunos lugares todavía el Pirado conservaba el poder de la sorpresa.
Eso ocurrió en una muy céntrica farmacia. El Pirado entró y pidió si le permitían usar el baño. No era un cliente de la casa pero en el farmacéutico primó la cordialidad de las buenas costumbres. Le enseñó el camino al baño y se olvidó de él.
Pasaron quince minutos y el Pirado no volvía. El farmacéutico tuvo la sospecha de que algo raro estaba ocurriendo. Pero de golpe lo encontró al Pirado en el estrecho pasillo que separaba al baño del salón de ventas. Venía caminando envuelto en una toalla, mojado, como si hubiera tenido que salir de la ducha frente a una contrariedad inesperada.
Pálido, estupefacto, el farmacéutico escuchó que el Pirado le decía: "¿Podrías alcanzarme el shampú y el acondicionador?".
El farmacéutico volvió al salón como un zombi, sin saber ni qué decir ni qué hacer. Como no había abrevado en los cuentos de Edgar Allan Poe desconocía la sentencia de que cuando un loco parece completamente sensato, es ya el momento de ponerle la camiseta de fuerza. Su instinto le dijo que debía echarlo del lugar, pero su razón le sugirió que a los pirados no se los contradice, así que actuó en esa dirección: le acercó el shampú y el acondicionador. Eso sí: al otro día colgó el cartel anunciando que el baño era de uso exclusivo de los clientes, aunque el pirado no reincidió en su inopinada ducha.
Este episodio fue el penúltimo -de una saga de cinco capítulos estelares, a tal punto que cuando se lo divisaba entrar a un bar -por ejemplo a Figlio-, se había hecho célebre la muletilla: "Guarda que viene el Pirado".
Se estima que el episodio final ocurrió hace algunos meses. El Pirado entró al salón de fiestas donde se estaba desarrollando la cena social de una empresa donde nadie lo conocía, y pretendió comer de arriba. El anfitrión de la velada, empresario y ex jugador de rugby, lo llevó en vilo de la puerta del salón hasta la vereda. Conjeturalmente, en ese instante al Pirado se le alinearon todos los patitos.
Desde entonces no se sabe más nada de él.
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