Historias VOLVER

Waniya y la bomba

A veces me preguntan de dónde saco las historias, o de donde salen. A veces suponen que las invento. Casi siempre digo lo mismo: algunas salen de un estado de atención, de tener el radar conectado. Pero otras, las menos, se deben a una suerte de alineación cósmica ocurrida en el metro cuadrado de mi zona de escritura.

Una modesta alineación cósmica, como la historia que ahora voy a contar.

Hace unos meses llevé el saco a la tintorería La Japonesa. Necesitaba un service imperioso para pasar el invierno. Cuando lo fui a buscar me lo devolvieron como nuevo. Hablé con la señora de Roberto Waniya, el tintorero, charlamos de un pendiente que alguna vez creeré que voy a cumplir, a instancias de mi fascinación por Japón, y su pintura, su literatura, sus célebres haikus y también la propia idiosincrasia de los japoneses.

No la volví a ver hasta ayer, miércoles 6 de agosto. Apareció con el sigilo silencioso de los japoneses; yo acababa de leer la contratapa de El Eco. Esta vez el amigo Marcos González dedicaba su aguafuerte a una efeméride dolorosa: ese día se cumplían 80 años de la bomba atómica que tiraron los yanquis en Hiroshima. El horror absoluto.

La señora del tintorero (lamento no saber su nombre) entró al bar Antonino y antes de ir para su mesa, muy cordial me preguntó cómo estaban los preparativos para el viaje a Japón. Le dije que por ahora avanzando en el inglés, y a su vez leyendo mucho de su país.

Entonces señalé la contratapa de Marcos con el texto de la bomba que ella tenía muy presente, pero, después de un gesto de estupefacción, muy levemente sonrió. Una sonrisa casi imperceptible. Me quedé medio tildado, sin saber qué decir. En eso entró su marido al bar, a compartir el desayuno como el matrimonio lo hace todos los días.

La señora se acercó más a la mesa y su sonrisa leve encontró el sentido con lo que me dijo a continuación:

-Hoy cumple años Roberto, mi marido.

-¿Hoy? -le digo, incrédulo-. ¿Nació el día que tiraron la bomba?

-El mismo día pero cinco años después -me dice-. Está cumpliendo 75.

Lo saludo a Roberto que queda a medio metro de la mesa. Le deseo un muy feliz cumpleaños, pero frente a la tremenda efeméride se me hizo imposible evitar el comentario.

-Amigo, ¡qué día vino a nacer usted!

-¿Vio? -me dijo Waniya moviendo la cabeza en señal de disgusto, con una mezcla de estupor, complicidad y un no saber a quién cargarle el mazazo de haber nacido un día en el que murieron más de cien mil compatriotas.

Después empezaron su desayuno. Yo abrí el celular, les saqué una foto, busqué el número de Marcos y le dije que a veces a los tipos como nosotros, los que nos ganamos el pan con la historias que pescamos por ahí, las musas nos sonríen. La modesta alineación cósmica de una fecha horrenda para el Japón, un aguafuertista que la recuerda en la contratapa del diario en el que trabaja, y un emigrado japonés al que le toca cumplir sus 75 años en el día de las memorias del horror. Todo al mismo tiempo en la geografía del bar. Después volví al lugar donde escribo y empecé a contar esta historia.

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