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En el borde de los cincuenta

El borde es la orilla. También el borde es la inminencia del precipicio. El borde siempre está cerca de algo que lo aguarda. Así como te espera el tango, o la siesta, así también ciertas cosas aguardan a los que van llegando y se instalan, tal vez sin tener real conciencia, en el borde. Eso pasa con la gente que está a las puertas de cumplir cincuenta años.

Eso está pasando ahora con los cuatro candidatos locales que van a las elecciones de septiembre. Si los cincuenta de hoy son las cuarenta del ayer, bien podría decirse que las primaveras coincidirán. Los muchachos están en lo mejor de la vida. Después de los cincuenta, guste o no, más lento o más rápido, empieza la suave meseta y el no tan suave declive. Por lo tanto -ellos lo saben- la cosa es ahora.

Marcos Nicolini (49), Juan Salceda (49), Rogelio Iparraguirre (47) y Gonzalo Santamarina (49) están en el borde. De no ocurrir nada raro (eso que en política se llama un cisne negro), tras el final del largo ciclo de Miguel Lunghi, uno de ellos, con cincuenta pirulos encima, será en 2027 el nuevo intendente de la ciudad. Pero claro, esa es la pelea de fondo; por ahora les falta el combate preliminar, el del 7 de septiembre. Y con la sobrante aclaración de que Argentina es un país tan raro que puede pasar cualquier cosa.

No obstante, si lo que prima es la lógica, el 7 de septiembre será para ellos un día no decisivo pero sí muy importante.

Hay gente adicta a los lugares comunes y las verdades fáciles que romantiza lo que no admite poesía. Cuando hablan de la edad aluden a que uno tiene la edad de sus sueños o de su alma. Todo muy lindo pero no: uno tiene la edad que le clava el almanaque, y es el rigor ineluctable del tiempo el que apura nuestras decisiones. Cuando cumplí cincuenta años me dije que me quedaban unos diez años para escribir por fin un buen libro. Está claro que no lo logré (y escribí bastante), pero aquella decisión estaba empujada por el acecho de la biología. Si bien es cierto que la expectativa de vida se estiró notablemente (pongamos hasta los ochenta pirulos), el núcleo vital de una existencia -salvo los genios- está ahí, en el borde de los cincuenta o mejor dicho: en la década donde se vive la segunda juventud, de los 40 a los 50. Todo lo que venga después son las tres cuartas partes del libro de la vida, algo nada despreciable, por supuesto, pero bastante lejos de aquellos años donde el almanaque nos sonreía y uno ni siquiera tenía la delicadeza de mirarlo.

Fue Kipling el que famosamente dijo que el triunfo y la derrota eran dos impostores. La frase está inscripta no sólo en la literatura, sino también en la antesala donde los tenistas aguardan la salida al court central en Wimbledon. Kipling también romantizó el resultado, a expensas de una frase muy bien lograda.

Pero para la política esa cita de Kipling es un sofisma. El triunfo y la derrota son verdaderos y elocuentes. Tienen la crueldad de lo irrefutable. También es cierto que algunas veces hay que perder primero para ganar después. Los cincuenta de hoy permiten el traspié, pero achican el margen de la esperanza.

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