Historias desde el Bar El Ideal VOLVER
Todo empezó como un chiste y también como una paradoja: el tipo que fundó la Mesa de los Patafísicos del Bar Ideal era el único que nunca anduvo a pata. Fue el Gordo Reyes Dávila, un personaje con tanta leyenda como realidad, que signó los años dorados del bar. La mesa se ganó el nombre por su doble significante. Tal como lo conté en la segunda edición de las Memorias del Bar Ideal, la mesa había sido fundada con la idea del escritor francés Alfred Jarry, líder de un movimiento cultural cercano al surrealismo que propiciaba "la ciencia de lo inútil", teniendo en cuenta, asumían, la unánime inutilidad de sus integrantes. Este último tópico era la explicación preferida de los patafísicos.
La segunda cuestión, como ya se dijo, tenía que ver con la condición propia de aquel que nunca tuvo un auto: el andar a pata cada día de su vida, el llegar a pata al bar y retirarse por este mismo medio de locomoción. Si bien es cierto que hay una condición más refinada y literaria -la del "flâneur", la de los hombres que de a pie se pierden en los suburbios de la ciudad hablando de literatura (como hacían Borges y Bioy), o los que recorren y conocen las ciudades desde la mirada del que camina-, el Ideal no andaba con tantos retruécanos intelectuales, aunque buena parte de los integrantes de la Mesa de los Patafísicos era lo que se llama gente leída.
Fue, como escribí en las páginas del libro del bar, una mesa anárquica, jocosa y cosmopolita que fundó Reyes Dávila y su cómplice de todos los amaneceres, el escritor Luis Pontaut, pero con el correr de los años tuvo a personajes estelares entre sus concurrentes: el empresario Armando Bracesco, el escritor Jorge Dipi Di Paola, en ocasiones Osvaldo Soriano, los hermanos Techeiro, el pintor Horacio Ruiz Lasta, el científico Jorge Pouzo, el músico y escultor Alejo Azcue, el humorista conocido como el Turco Pedro, Ernesto Palacios, el pintor y cantor de tangos Isidro Alperte, y un personaje secular y temible: el presidente de la Peña Amigos de la Burla, Homero Fortunato, entre otros.
De los 60 a los 90 esa mesa le dio al Ideal algo que pocos bares tienen: una mitología. Reyes Dávila la soñó y la inventó, como buena parte de su biografía. Sabemos que su nombre real fue León Shapiro Jones, que era uruguayo, pero que decidió mutar su gracia cuando el día que cerca de Tandil tuvo ganas de orinar, desvió el Torino en la banquina y cuando estaba en pleno desagote vio, al lado de una alcantarilla, una cruz de madera y el nombre del finado escrito a mano: Justiniano Reyes Dávila.
Ese día cambió de nombre, de país y de ciudad. Llegó a Tandil y entró al Bar Ideal. Era un 25 de mayo de 1960, y enfrente, en la plaza, estaba ocurriendo un hecho desmesurado: un velorio a cielo abierto y en medio de una truculenta parrillada, con una vaquillona con cuero asándose desde el día anterior. Se lo velaba otra vez al coronel Benito Machado, cuyos restos sepultados en la Chacarita regresaban para su descanso eterno en nuestra ciudad. Debajo de una carpa se lo velaba entre el humo de los chorizos, los chinchulines y la marucha, en lo que fue la primera parrillada fúnebre en la historia de la ciudad.
Al ver esto, parado en la esquina de Pinto y Rodríguez, el Gordo Reyes Dávila, gran contador de cuentos, dijo a viva voz: "De este pueblo no me voy más". Luego entró al Bar Ideal, pidió un café doble y fundó la Mesa de los Patafísicos. Estaba ubicada en el centro del salón, bien cerquita del mostrador y de los inhóspitos baños. La placa que fue colocada ayer en el margen inferior derecho de la mesa -y que dispone de un QR donde el parroquiano con su celular puede acercase a las historias del bar en este sitio web- celebra la memoria de una mesa mítica e inolvidable.
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