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Dice que al principio pensó que era un error. Que la diferencia era tanta pero tanta que seguramente había escuchado mal. Dice que no está sordo de ningún oído, pero que, en el vértigo cotidiano, cualquier puede escuchar mal, o el otro equivocarse a la hora de comunicar un precio.
Dice que, no obstante, el conjetural error se ve reducido cuando se habla de números. Y que por eso mismo volvió al negocio, que era muy amplio y moderno, un comercio que expresa a través de sus grandes ventanales la categoría de una mueblería moderna.
Dice que entró y volvió a encontrar el salón de ventas como la primera vez: vacío. La misma empleada, la idéntica cantidad de muebles modernos que el día anterior. Dice que regresó al punto del local donde estaba la mesa y donde estaban, puntualmente, las sillas. Dice que entonces se enfocó en una de las sillas. Eran todas iguales, pero para evitar cualquier confusión, se paró al ladito de la que estaba en la cabecera de la mesa.
Dice que dijo: ¿qué precio tiene esta silla, señorita?
Dice que la empleada hizo lo mismo que el día anterior. Fue hasta la silla, cotejó algo que bien podría ser un cartelito colgando del respaldo, luego fue hasta su mostrador, miró un listado y dijo: Quinientos veinte mil pesos ($520.000) es el precio de lista. Cuatrocientos ochenta mil de contado ($480.000), agregó.
Dijo que, para no errarle, le sacó una foto a la silla. Dijo que luego volvió a su casa. Que entró a Mercado Libre. Que buscó esa silla, que se preocupó en ver las características: la misma madera, el mismo peso de sostenimiento de un cuerpo sentado sobre ella (máximo 120 kilos), el diseño idéntico.
O sea: la misma silla.
Dice que miró el precio: Ciento sesenta y tres mil pesos ($163.000). Dice que empezó a comprarla, supuso que debería agregar el gasto de envío, lo cual -como mucho- le subiría un poco el precio. Diez mil o veinte mil más, como mucho.
Dice que la compró. Dice que el vendedor aclaraba que si la silla no había sido de su agrado, por haber comprado 1 sola la puede devolver sin ningún inconveniente.
Dice que hay tres posibilidades: 1) Que la mueblería moderna de su pueblo tiene tres veces más cara la silla debido a los gastos fijos (empleada, alquiler, etc.). 2) Que el margen compra-venta del comerciante es excesivo, con la cual por querer ganar mucho tal vez venda poco; 3) Que la mueblería apunta a un target social que prefiere pagar mucho dinero antes que tomarse el trabajo de hacer tres clicks vía comercio electrónico.
Dice que cada vez que pasa por esa mueblería (que no se llama mueblería, tiene una denominación mucho más cool), la cual ocupa todo un gran espacio de un edificio céntrico que se construyó con más pisos que los permitidos (esto lo dice como al pasar, como un detalle de color), manifiesta un estado de soledad absoluta, como si todo lo que hubiera allí -salvo la empleada- formara parte del mundo de los muertos modernos y caros. Carísimos. Insalvablemente lejanos al bolsillo del común de los mortales.
Para que Mercado Libre, el mundo del señor Galperín, sonría agradecido.
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