Artículos VOLVER
Se suele pensar -soy uno de ellos- que todos los finales son agrios. Que los finales felices están hechos para las películas, y que el final en sí mismo -como famosamente dijo Borges respecto al amor- está escrito en el primer instante de una historia, aunque por cierto lejos estamos de verlo o de presagiarlo en el momento fundacional.
Hay una fecha que resulta un hito de la modesta historia política local que devino tras la recuperación de la democracia: el 14 de septiembre de 2003. Ese día nació el lunghismo. Un domingo nublado, fresco, salpicado de llovizna, un domingo que ahora, en la retina del recuerdo, parece aún más lejano de lo que está (¿qué son veintidós años en el curso de la Historia?). Ese día, yendo a los bifes, Miguel Lunghi ganó por 280 votos la intendencia de la ciudad. Nadie sabía muy bien lo que empezaba ese día, a las diez, once de la noche, tras un conteo infartante, voto por voto, luego de que el médico justicialista Mario Bracciale le pusiera fin al suspenso saliendo para el bunker del pediatra radical que todavía trabajaba de pediatra para felicitarlo por el triunfo.
Todo lo que vino después es una historia más o menos conocida que ayer a la noche llegó a su fin, para que se cumpla una de las leyes de la historia: que más tarde o más temprano llega lo nuevo para reemplazar a lo viejo. El tiempo, ineluctable, invencible, manda. Y acá estamos, en los finales -el plural amortigua un poco el más potente efecto devastador del singular, el final-, del lunghismo.
Los que escribimos sabemos muy bien la importancia de los finales. En el cuento es casi tanto o más importante que el principio; en la novela el juego del final se permite otros matices. Más abierto, más cerrado, ambiguo o concreto, el final escribe su última página para procurar dejarlo al lector con algo entre las manos. Stephen King lo definió maravillosamente: dijo que lo máximo que busca un escritor a la hora en que el lector termina el libro, es que se produzca el efecto de resonancia: que el lector quede uno diez, veinte o treinta segundos con el libro todavía en la cabeza, con las letras bailando en el cerebro, mientras las manos lo van cerrando para devolverlo a la biblioteca. Lograr eso -tan difícil, tanto que a veces roza la utopía- sólo lo consiguen los grandes escritores, los que tienen magia en las manos, los que hacen de la prosa algo más inefable que la belleza misma.
¿Existe la resonancia en los ciclos políticos? Casi nunca. En este caso no es exactamente la derrota lo que cierra el círculo, sino la forma con que se pierde. No es lo contrafáctico, lo que uno le aconsejó al amigo hace dos años (podés irte ahora con toda la gloria y disfrutar caminando las calles de tu ciudad lo que te queda de vida), sino lo que ya no tiene remedio.
El final, entonces, es tristón, pero también está en línea con esa canción que suele entonarse como un credo de vida: A mí manera. Y cada uno, si puede, elige su manera, los riesgos, la vida que se toma de un solo trago, el fondo blanco.
Suele decirse que toda lluvia de domingo reproduce la melancolía del abatimiento, sobre todo si ocurre en los finales. Será por eso, por su opuesto, porque algo nacía, porque era domingo y llovía aquel anochecer del 14 de septiembre de 2003 que nos encontró en la esquina del Ideal cantando bajo la lluvia.
Era el comienzo. Todos éramos más jóvenes y nos esperaba un viaje inolvidable. Ahora que voy por el final de la nota, me acuerdo del comienzo extraordinario con que Dickens abre su novela Historia de dos ciudades: "Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación".
Anoche fue el final. Estoy seguro de que otro final, un mejor final, la Historia le tiene reservada a Miguel, a su esfuerzo, a su trabajo, a su pasión por Tandil y la obra que deja. Tendrá la resonancia de la posteridad.
Ahora mismo los finales son amargos. Que pase el que sigue.
APORTA TU PENSAMIENTO
Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales.