Historias desde el Bar El Ideal VOLVER
Llega a la mesa Malena, una de las más solícitas camareras del Bar Ideal que a veces sigue mis historias y me dice que tiene que pedirme un favor.
Le digo que con todo gusto. Entonces voy tras ella. Se pierde en algún lugar lejano del salón y cuando vuelve, con un objeto finito y largo, me cuenta que recordó, frente al acontecimiento que se apresta a vivir con su hijo, una historia que conté hace algo así como cuatro años.
Era una micro historia: un pibe, egresado del secundario, que iba cruzando la Plaza Independencia, en busca del Palacio Municipal, donde lo aguardaban sus compañeros para la foto clásica de los egresados de este tiempo, con la fachada del Palacio como telón de fondo de una etapa que termina. El pibe, de traje y zapatillas, tal como se usa ahora en pibes y en no tan pibes, llevaba la corbata mal hecha. Se lo dije, de buen modo, como un chiste al paso: "Tenés la corbata torcida". El chico se frenó y me preguntó si le daba una mano para recomponerla. Le dije que más vale que sí, que diez años de cada mañana de mi vida alistando mi corbata para enfrentar el doble turno del Colegio San José, me habían hecho -como a todos mis compañeros- un experto en corbatas, y en la dificultad principal que planteaba: la de armar un nudo armónico con el contexto: cuello, camisa y la propia corbata en sí. Eran tiempos donde el nudo se hacía de modo muy elocuente, grueso, llamativo, para que sobresaliera como una flor luminosa bajo la nuez de Adán acompañando el blazer azul.
"Hay dos lecciones paternas que quedan para siempre: la primera afeitada y la enseñanza de cómo se hace el nudo de la corbata", le dije al pibe y al toque me mordí la lengua porque el pibe me dijo lo que yo debería haber presumido: que él no tenía papá.
Ahora Malena me dice: "Esta noche tengo un quince", así, como se habla en estos tiempos, reduciendo la frase. Tengo un quince alude obviamente a un cumpleaños y un hijo de 13 años que por primera vez en su vida se pondrá una corbata para la fiesta de la quinceañera. La retira del envoltorio y la veo: negra, larga, finita, muy distinta a las corbatas del siglo pasado, casi un corbatín. Hacer el nudo puede hacerse como un acto reflejo, como andar en bici, otra lección para toda la vida, y si bien se puede prescindir del espejo, lo mejor fue ir al baño del Ideal, plantarme como cuando era un adolescente, y empezar a trabajar con la parte ancha, llamada pala, y la parte corta llamada cola bajo esta ley irreversible: la fisonomía que vaya a tener el nudo es el resultado de la combinación decidida entre la parte ancha y la corta. Creo que nuestro aprendizaje fue con corbatas más rústicas: no recuerdo que trajeran la costura longitudinal y la costura oblicua (que unen los dos lados y se toman como referencia para hacer el nudo). La corbata moderna, además, trae otra cosita muy útil: la etiqueta-pasador, para, en efecto, pasar la tira corta por ahí, que en nuestros tiempos -y hasta no hace mucho- tenía dos caminos a criterio de autor: o se mandaba hacia adentro por el pliegue de la camisa para dejarla pegada a la piel (cosa bastante incómoda), o se dejaba que se deslizara acompañando con elegancia por detrás de la pala.
No sin cierta zozobra (hace mucho tiempo que abandoné las corbatas), se la dejé más o menos armada para que el hijo de Male se la calce en el cuello y luego defina empujando la cola hacia abajo y el moño hacia arriba la forma definitiva del nudo, muy sujeta también al cuello de la camisa.
Tomo el café, Male me dice que es invitación, que me lo paga ella por el favor realizado. Le digo que de ninguna manera. Todavía, más allá del tutorial digital, la civilización analógica tiene algo en su empírico equipaje para acercarse a los pibes: la corbata se resiste a pasar de moda, parece eterna, tan eterna como alguna vez creíamos que era nuestra juventud.
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