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Hace ya ocho años La invención de Morel, la gran novela de Adolfo Bioy Casares, nos cayó del cielo para titular el final de Río Paraná, la empresa familiar de Mario Morel que arañó el centenario peor se ahogó en la orilla, y ahora, sorpresivamente, ésto: la prueba de los últimos vestigios de una vida largamente concluida y por un instante otra vez sublevada, no ya ante los dictámenes, los balances y las leyes, sino por el fuego irreductible.
Nadie lo esperaba, y de en vez en cuando a través de las redes aparecían en venta, como brazos amputados, como espaldas desolladas y convertidas en cadavéricos respaldos, los últimos fragmentos del sueño que en 1919, sentado en el pescante de la galera soñó el abuelo Ricardo Juan Morel.
En 2018, rozando pero no llegando al centenario, se dictó la quiebra de Río Paraná y lo que había quedado -y que dio al lugar al desguace informal pero perceptible de los colectivos- fueron dos depósitos. Uno sobre Marconi, donde Morel tenía sus oficinas; el otro en la esquina de Rosales y Las Malvinas donde ahora sólo queda, de lo que había, un cementerio de cenizas y un gran susto aún latente, el que se temió luego que desde varios puntos de vista de la ciudad se atisbara, negra y densa sobre el cielo celeste de una media tarde espléndida, abriéndose como una mancha que los entendidos, cuando el humo viene con esa negrura, presagian como el peor de los incendios.
El fuego contrastó severamente con la otra postal que ofreció la ciudad durante el fin de semana, con la realización de la carrera de aventura New Balance -30 kilómetros que se corren en el corazón del Tandil geológico-, una experiencia que en números redondos podríamos decir así: 10 mil visitantes de medio y alto poder adquisitivo, de los cuales fueron 3000 los corredores (y un promedio de dos acompañantes), y, por cierto, dos días -sábado y domingo- de mucha actividad gastronómica, hotelera y afines.
Los que saben de economía podrán sacar un estimado del dinero que quedó en la ciudad. Ayer recordaba a Gustavo Iturrioz, que hace poco más de 25 años se convirtió en el pionero de las carreras de aventuras, fundando con "El espíritu de los dioses" la narrativa de lo que hoy es una marca registrada para Tandil. Fue un auténtico precursor y perteneció, como Morel, como Río Paraná, o como el chalé alpino de la Avenida Avellaneda al 600 al que se le viene la piqueta de la demolición, al cosmos de la civilización analógica, al Tandil de los años felices.
Con esta salvedad curiosa: el pasado siempre vuelve, de la forma con que se le ocurre. Lo trae el fuego, como el que envolvió a las tumbas con ruedas que habitaban el depósito de la ex empresa de Morel; con lo que nos vaya quedando en la retina melancólica de ese chalé alpino singular que, como me recordó el lector Marcelo Roveta, fue el premio de una rifa que le dieron al ganador y en breve sobre sus escombros se levantará un edificio; o con la visión pionera de Gustavo Iturrioz que sin nada, a pulmón y con el soplo de la inspiración latiendo en el alma del atleta, el actor, el lector y el comunicador que fue, inventó las carreras de aventura. Murió a los 54 años, muy joven, y el premio se lo dio la posteridad.
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