Historias VOLVER
Virginia me dice que se muda, que por eso anduvo a las chapas todos estos días. Pues, como largamente se sabe, la mudanza está (junto al quirófano y al divorcio) entre esos eventos considerados de alto stress (y ni hablar cuando maridan divorcio-mudanza).
No es su caso. Se va con su marido porque a esta altura tiene que tomar una decisión. Trabajar para pagar el alquiler o hacer un milagro con los ahorros que lograron reunir: comprar una casa, una linda casita, que es -todos lo sabemos si alguna vez llegamos a eso- ese instante donde uno respira fuerte y hondo, se estira en el sillón y dice para sí y para que el mundo lo escuche: jamás volveré a entrar a una inmobiliaria.
Se va, mi amiga, emprende la mudanza, y cuando le digo dónde compró la casita y espero escuchar el nombre de un barrio en las orillas de la ciudad (que es a donde nos está llevando el proceso de gentrificación, esto es para decirlo en criollo: el lugar que es ocupado por los vecinos de mayor poder adquisitivo en detrimento de los que van quedando abajo en la pirámide social, léase los barrios populares), de su boca no cae el nombre de ninguno de los 56 barrios que hoy tiene la ciudad.
-Un poquito más lejos -me dice y sonríe.
Pienso en Gardey, pienso en Vela. Pero no. La burbuja inmobiliaria también levantó el precio de la tierra y las propiedades de los gardeños, por lo tanto no es allí a donde se va Virginia. Se va a un lugar donde la realidad se le acomodó a lo que durante años pudo ahorrar con su marido para soñar con que alguna vez iba a poder dejar la categoría del que alquila, el locatario, la locataria, ese término abominable y sólo utilizable en la jerga de los contratos.
-Me voy a Villa Cacique -dice.
Será su nuevo lugar en el mundo, con una linda casa a donde envejecer, con viajes diarios a Tandil para cumplir con su trabajo docente en el colegio donde trabaja (no hay colectivos, pero ya veremos cómo me voy a arreglar, dice), con la soga del alquiler ya más lejos del cogote, con el cuerpo todavía acomodándose a los cambios, esa hora de viaje que tendrá cada día en función de una ecuación que no sólo es económica (compró una casa por el valor de un terreno en la Movediza). También tiene que ver con la ciudad, y en el nuevo y problemático rostro que está tomando Tandil mientras avanza hacia sus 200 mil habitantes, el punto sin retorno de cualquier ciudad que pierde su inocencia. No la tranquilidad de la siesta, sino cuestiones del orden social mucho más graves. Los signos están a la vista. La mudanza empieza a ser una opción posible.
APORTA TU PENSAMIENTO
Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales.