Historias desde el Bar El Ideal VOLVER
Se sienta a la mesa, con la sonrisa enarbolada, el pelo encanecido y desbordado por la ventisca que trae de afuera, y dice:
-No vengo a contarte nada, pero puedo pagar el café.
La pregunto a título de qué.
-De aquellos días del estudiante -dice.
Pide un cortado. No lo conozco, tiene las manos curtidas, y ese es el primer síntoma de lo que vendrá después (las manos explican cómo se gana la vida la gente). Afuera el clima arruina todo, pero en especial, se supone, el picnic.
El tipo ahora mira en derredor del bar, como si buscara algo del pasado en cada rincón, pero lo que ve -gente tomando café, gente por comer, parroquianos con sus celulares, gente leyendo el diario de papel-, no coincide con el territorio donde se debaten sus recuerdos.
De golpe empiezo a entender para qué buscó la mesa.
-¿Vos lo hiciste? -dice.
-¿Qué cosa?
-Dale, lo que hacíamos todos el Día de la Primavera.
Pienso en el baile, en el picnic, en ciertas tradiciones propias del 21 de septiembre aplicadas al ritual de la juventud.
-¡El chorizo! -dice-. ¿Lo hiciste o no lo hiciste?
Me quedo callado y ese silencio parece incompatible con algo tan elemental como lo sería una respuesta reducida a un monosílabo. Pero claro, como no respondo el tipo se ve algo obligado a contar qué está haciendo ahí, a rellenar el silencio ante la pregunta. Dice que en aquellos tiempos los estudiantes recorrían el centro haciendo el chorizo, yendo de bar en bar y que casi siempre terminaban ahí mismo, en el Ideal. Dice también que estudió en la Técnica, escuela de oficios que solía ganar cada carroza de la Farándula, y escuela -esto lo pienso ahora- que realmente enseñaba cosas que realmente íbamos a necesitar en la vida. Conozco gente que se hizo millonaria con el título (y los saberes) de la Técnica. Está largamente demostrado que iba a ser mucho más útil saber por qué saltaban los tapones de una casa que el Teorema de Pitágoras.
-Bueno, ¿lo hiciste o no lo hiciste? -insiste.
-Ni el chorizo el día del estudiante, ni el trencito en todas las fiestas que iban a venir después, de quince, de casamiento o de lo que fuere. Nada -le digo.
Pregunta por qué. Le digo que no sé, una mezcla de todo: introversión, sensación de no encajar y la certeza de que era un juego medio boludo. Yo quería ser rockero y el chorizo parecía más bien una proyección algo tardía del Club del Clan.
Como corresponde, el lector egresado de la Técnica va a pagar los dos cafés, pero antes suelta la pregunta que queda suspendida entre ambos pocillos:
-Bien, ¿y qué te queda de todo ese tiempo? ¿Nostalgias, amigos, nada?
-Tal vez lo más importante -le digo y nos sonreímos-: Sigo siendo un estudiante.
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