Artículos VOLVER
Es un Siena, auto símbolo de la laboriosidad, auto hecho (casi) para el remís, auto que, como casi todo lo que hace Fiat, fue fabricado para aguantar los rigores de la existencia.
Es un Siena detenido en el semáforo de España y Alberdi, como si viniera, pongamos, del Monte Calvario. En los espejos del Siena todavía se refleja la cruz donde yace el hombre torturado. Habita ese lugar desde 1943 y compite -sanamente- con el segundo Cristo, el de las sierras. Competir, axioma natural del capitalismo, implica eso: que alguien gane, que alguien pierda, o que alguien gane mucho más en detrimento de la rentabilidad del otro. Siempre y cuando no aparezca la figura del monopolio. Hasta hace unos diez años, el Cristo del Calvario (una escultura de gran belleza, paradojal a su martirio) no tenía quien le hiciera sombra. Era lo que se llama un monopolio crístico.
El semáforo está en rojo cuando salgo del kiosco de España y Alberdi, cruzo la avenida y una voz de mujer se expande desde el interior del Siena hacia la calle. La voz es rotunda, la mujer es joven. Dice:
-Disculpe, señor. ¿Me podría decir cómo llegar a Mc Donald's?
Le digo que sí, e intento enfocar lo que digo con la mirada: un poco a la mujer que acompaña desde el asiento delantero derecho, y otro poco al marido que va al volante.
En el asiento trasero están:
Dos chicos, un varón y una nena, de aproximadamente diez y trece años. Una mujer de unos setenta, que ha de ser la abuela de los niños.
El semáforo cambia a verde. Un segundo antes de que cambiara a verde, desde atrás ya le hicieron saber al del Siena que en esta ciudad la paciencia es un bien agotado. Dos bocinazos cortos lo aprietan para que apure, que salga, que deje paso. Le digo que estacione porque de otro modo será difícil. El tipo acerca el Siena al cordón. Los nenes dicen que tienen hambre, cosa por demás lógica: son las doce y media de la mañana.
La mujer dice:
-Somos de Necochea. Nos hicimos una escapadita porque los chicos querían conocer Mc Donald's. Vamos a comer ahí. ¿Usted fue?
La pregunta, para quien sabe escuchar, tiene -creo- una doble intención: la genuina, saber algo del lugar; y la soterrada: ¿nos arrancarán la cabeza?
Le digo que no fui, por lo tanto la respuesta anula toda expectativa. Les indico el sencillo trayecto: siguen como vienen hasta la calle Alem, doblan a la derecha y de allí van hasta la calle Pinto. Ahí mismo está Mc Donald's.
Agradecen y se van. Me quedo pensando: una familia de clase media (si es que todavía sigue agarrada a es débil cuerda aspiracional que la recesión amenaza, una familia que tiene una ciudad con mar -los que no tenemos mar sabemos de esa añoranza, de esa carencia, de ese influjo cósmico que irradia el mar- decide cambiar. Lo más probable es que para ellos el mar sea lo que para los mendocinos la cordillera o para nosotros las sierras: una presencia habitual en el paisaje. Pero fueron los chicos -que mueven la polea del mundo- los que le pidieron a sus padres ir a Tandil para conocer Mc Donald's y comer las hamburguesas más famosas del mundo. Turismo gastronómico.
Salgo y veo el auto detenido en el semáforo de Alem y España. Doblan y doblo, vamos no para el mismo lugar pero sí en el mismo recorrido. Cuando llegan a Mc Donald's, el Siena busca un lugar donde estacionar y advierto que le será ardua la tarea. La calle está repleta de autos, Mc Donald's está lleno de gente. Veo grandes y veo chicos, muchos chicos. Y uno, que también fue chico, con tantas ganas de escaparse hacia el mar...
APORTA TU PENSAMIENTO
Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales.