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Historias desde el Bar Ideal: La pregunta del millón

Siempre son dos, el Tucu y Roque, pero ahora hay tres. El tercero de la mesa es un desconocido, o un tipo que viene poco y nada al bar.

No sabemos por qué ha elegido la mesa de los dos amigos que hacen del boliche un ritual catártico, mucho más ahora que ambos observan la tele, los ojos fijos en la pantalla, en la cara del hombre que se acaba de morir, pero que cuando vivía mostraba eso que ahora ellos ven en la fotografía: una sonrisa grande como un ventanal.

El tercero en cuestión busca a la moza. Va a encontrar a Yamila o a Malena, que cubren la zona central del salón, y ya está dibujando en el aire con la mano derecha la clásica seña del café.

Cuando el Tucu sale de la hipnosis tristona que le deja la cara de Miguel Ángel Russo, ya extinto, ya ausente para siempre, ya en el otro cielo de la pelota, piensa Roque: el potrero celeste donde lo esperaba, a Russo, el más grande de todos, que se murió a los 60 años, o sea que vivió nueve años menos que el entrenador, muerte que todavía se le hace indigerible y que de vez en cuando, así como en un sobresalto, de la nada se escuche a sí mismo preguntándose, todavía algo perplejo, cómo carajo fue que se murió Maradona.

Cuando Malena le trae el café al tercero en cuestión, el hombre que por primera vez comparte la mesa del Ideal con el dúo dinámico, y cuando la mano de la moza deja el pocillo sobre la mesa y él, apurado, le pide que le traiga la cuenta, no sólo la suya sino lo que también han consumido los muchachos, que asisten al primer milagro del día -que alguien invite el café-, ya la atmósfera del bar está enteramente está dominada por la noticia lúgubre, cuestión que amerita la explicación a la pregunta que ha hecho Roque:

-¿Qué andás haciendo por acá, Raúl? ¿Y a qué se debe la gentileza del convite?

Entonces el hombre que ahora sabemos que se llama Raúl, que por la pinta es contemporáneo al Tucu y a Roque, toma dos sorbos de café, aspira hondo, se estira sobre el respaldo de la silla, y dice que pasaba por la vereda y que los vio, y consideró justo y necesario entrar al bar para hacerles una pregunta inquietante. O mejor dicho: la pregunta del millón.

-Ajá. ¡Cuántos prolegómenos! -dice el Tucu, ansioso.

-Bueno, metele nomás. ¿Qué pregunta? ¿Qué querés saber? -dice Roque.

Raúl saca la billetera, deja mil pesos de propina para la moza, mira de reojo la pantalla de la tele donde ahora hay otra foto de Miguel, también sonriendo pero más joven, con Diego al lado, los dos felices en un palco al que estima de la mismísima Bombonera, y mientras va levantándose lentamente de la silla, ya a punto de irse, pregunta:

-¿Me pueden decir por qué mierda siempre se muere la gente buena?

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