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La Tana y una pérdida de la tandilidad

La carta al lector del diario El Eco la encontré mucho después. En aquel noviembre de 2001 el gobierno de De la Rúa iba hacia el iceberg -faltaba un mes- y en una mesa de un bar le conté a Patricio Fernández la idea de que la Cámara Empresaria organizara un ciclo de charlas (con un conferencista de afuera acompañado de uno local), y que la primera podía ser la del escritor José Pablo Feinmann.

Y Patricio, que era el presidente de la Cámara Empresaria, dijo que sí, y Feinmann dio una charla donde habló más de política que de literatura, cuando en ese momento estaba muy presente una de sus mejores novelas: La astucia de la razón. José Pablo cerró la charla con una frase que quedó flotando en el aire del salón: "Apaguen el televisor", dijo, en referencia a su posición crítica sobre las corporaciones mediáticas.

La Tana María Argeri fue parte del público. Formada en humanidades, doctora en Historia, su opinión era muy válida no sólo por lo que sabía, por el cuerpo de sus ideas, sino por su énfasis para sostener polémicas con elegancia y con profundidad. Tenía, además, un amor incondicional por Tandil, un notable compromiso con la vecindad, y su creencia en lo que podemos llamar el poder de las vecindades activas. Era una intelectual que en donde fuera -el aula pero y sobre todo la calle- le ponía el cuerpo a su ideología, estableciendo siempre por delante el bien de la comunidad.

Hay otra cosa muy importante: a la Tana no se la tragó la grieta. Podía discutir con propios y extraños, y con pares o impares (algo que le daba un matiz de grandeza, porque la polémica que vale, la que realmente pone a prueba no la vanidad del polemista sino la fuerza y consistencia de sus argumentos, es la que se ejerce ante iguales). Formada en la izquierda, con el regreso de la democracia militó en el Partido Intransigente y fue esencialmente eso, una intelectual de izquierda apegada por el imán cósmico de su terruño. La Tana y la tandilidad fueron inescindibles. Y a partir de esa pasión por el metro cuadrado donde nos ha tocado vivir, ella supo hacer escuchar su voz por todas las causas que defendió, y muy en especial en su lucha por la temática del medio ambiente.

Pero también estuvo en las cositas microscópicas de la ciudad, que es en definitiva las que nos tienden el lazo de oro entre los vecinos: podemos discutir con fervor sobre la estética de una heladería, el nombre de una plaza o las baldosas flojas de las veredas; es decir el modesto hechizo de la vida cotidiana, y convivir en el Tandil del siglo XXI, con sus luces y sus sombras, con sus maravillas y sus grotescos. Y para todo eso a ella le sobró humor, ironía y algo que le venía de fábrica, que era su ADN, la incorreción política, la rebeldía de ayer y de siempre, en medio de la grisura aplanada de estos tiempos donde lo que sobra es el piloto automático del silencio cómplice, o el fascismo de la cancelación, o la mortal apatía de tantos frente a cuestiones nodales que configuran para siempre no sólo la cara, la piel y los huesos de una ciudad, sino su propia alma.

Volviendo al principio. Después de la charla de José Pablo Feinmann, la Tana salió a decir lo suyo a la prensa. Si bien no recuerdo exactamente qué dijo, sus conceptos fueron críticos para con el escritor. Quien le contestó para refutarla fue Aníbal Tuculet, que también había estado en la charla, y cuando muchos años después encontré en el archivo aquella carta y se la compartí nos reímos largamente de todo aquello, y no dejó pasar lo que se había perdido.

-Ya nadie se anima a levantar el tono, a polemizar, a hinchar las pelotas -me dijo, soltando la carcajada.

Y tenía razón. Los que venimos del siglo pasado sabemos muy bien lo que significa entrar en el vértigo de la polémica pública, e ir dejando los jirones en el camino, entre los que te odian, los que te quieren, y los que les importa un comino esas cosas de la ciudad que aún nos siguen importando a algunos.

Esa voz insurgente y fundamental, la voz de la Tana María Argeri es la que ya estamos extrañando, mientras, aún perplejos, caminamos las calles de una ciudad algo fantasmal, a la par que se van apagando las sombras de nuestros queridos muertos, desvanecidas en la niebla del vacío.

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