Historias VOLVER
Dice que él sale a la calle con la billetera en el bolsillo del jean, pero que en el hueco de la palanca de cambios ya tiene los billetes listos.
Dice que hace muchos años -después de la juventud, después que cruzó la curva de los cuarenta- se convenció de que no le iba tocar hacer ninguna revolución de las que imaginó, por lo tanto eligió, del vasto mundo a poner patas para arriba, la manzana donde vive. Esto es: su pequeño pueblito.
Dice que tampoco en su pequeño pueblito pudo cambiar demasiado las cosas, y que por lo tanto se contenta con lo que tiene a mano cada vez que, por estrictas razones de trabajo, tiene que entrar al centro.
Dice que de acuerdo a su oficio y al lugar donde vive hay dos accesos de preferencia. Uno lo calle San Lorenzo; otro la calle Rodríguez, siempre viniendo del Más Allá del Procrear.
Dice que él está bastante bien de trabajo teniendo en cuenta su condición de monotributista sin patrón. Dice que la plomería es como el gastroenterólogo: ambas circulan, fétidamente, entre los intestinos de la ciudad, que es el organismo vivo por excelencia.
Dice, yendo al grano, que sobre Rodríguez, cuatro cuadras antes del centro, está el hombre de la muleta. Le falta una pierna. No pide. Se acerca al auto y saluda. Dice cordialmente: Buenos días, que tenga un lindo día. Dice entonces que él baja el vidrio y le arrima un billete de 1000 mangos, que menos no se puede dejar.
Dice que si entra por San Lorenzo, a pasitos de España, está el hombre que después del recordado Tito Ballent es el más grande saludador de la comarca. Fue Judas en las Estampas y ahora hace que limpia los vidrios de los autos. Y lo mismo: mil pesos y a otra cosa mariposa.
Dice que si le toca un trabajo en el centro, generalmente, en el infierno del estacionamiento, la plaza suele ser un buen lugar. Dice que si estaciona sobre Pinto, en un banco, o parado sobre la línea de los autos, está el trapito más veterano, Martín, a metros de su jubilación. Y qué menos que mil pesos dejarle, ¿no? Por lo tanto, dice, redondeando, que deben ser unos cinco a seis mil pesos por semana, lo cual no le arregla vida a nadie pero lo salva a él del peor de los abismos, el pozo negro donde van a caer los desalmados.
Dice que hay que hablar menos y hacer más, aunque sea lo mínimo, lo chiquito, lo imperceptible. Gestos. El hombre de la muleta y el saludador de San Lorenzo lo saben mejor que nadie. Martín también.
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