Historias desde el Bar El Ideal VOLVER

Historias desde el Bar Ideal: Lealtades

Hay una clase de tandilense ausente que aparece en muy pocas ocasiones, una de ellas es cuando viene a votar. Por eso ahora está ahí, porque ya votó, y su amigo -que no se fue, que resulta, como siempre, el anfitrión de El Que Vino a Votar, puesto que así, en joda, lo llama- lo ha invitado al bar, y lo ha invitado en toda su dimensión: pagará lo que tomen.

El Que Vino a Votar pide un café con leche con medialunas. Es domingo y vuelve del acto eleccionario todavía pensando que tuvo serias dificultades para armar el sobre, y que debió necesitar de la ayuda de uno de los fiscales que, sin ver su voto, le ayudó con la tarea.

Se ríen módicamente del impedimento. El Que Vino a Votar se va ese mismo día porque el lunes trabaja y Buenos Aires lo espera. Su amigo le dice que tiene que venir con más tiempo para darse una charla como las de antes, cuando ellos (y otros amigos, algunos de los cuales ya no están) se reunían hasta altas horas en el mismo Bar Ideal o, variando, en El Cisne, allá por el año 1983, o sea cuarenta y pico de años atrás, para arreglar el mundo o desarreglarlo de acuerdo a lo que por entonces eran: jóvenes. Pero no sólo jóvenes, sino, sobre todo: rebeldes. Y muchos, casi todos, con aspiraciones artísticas.

En eso aparece un extraño, porque sólo cabe ese término para alguien que reconoce a través de la bruma del tiempo a El Que Vino a Votar; lo reconoce y se acerca a la mesa y después de recordarle que estudió con él en la Escuela Técnica, le pregunta, jodón, con esa superioridad moral que sabemos de dónde viene, le pregunta si votó bien.

Entonces el Que Vino a Votar dice: "Voté por mi adolescencia, por los que no encajábamos, por los poetas que entonces leí, por las manifestaciones a las que concurrí, por los gases que me comí, por los Beatles, por los recitales que fui, por los amigos y los tres acordes de "Canción para mi muerte"; voté por mis queridos muertos, por los libros que me formaron, por la literatura, por los que están más en la lona que yo, por mis contradicciones, por el que quise ser y no fui. Voté por todo eso que me dio una ideología, aunque hoy esa palabra, tal vez para vos, sea una mala palabra".

El tercer hombre, el extraño que había llegado a la mesa, y cuya cara, cada rasgo, cada músculo, se había ido tensando a medida que El Que Vino a Votar contaba las razones de su voto, miró súbitamente el reloj y dijo que se le hacía tarde. Pero antes de irse, como al pasar, mientras estrechaba la mano de El Que Vino a Votar, le dijo en un susurro algo cínico: "Tal vez pierdas". El Que Vino a Votar sonrió, le dijo que había sido un gusto verlo igualito a lo que era hace cuarenta años, patentemente igual, le dijo. No has cambiado nada. Pero la ironía fue tan fina que el otro ni siquiera atinó a captarla.

APORTA TU PENSAMIENTO

Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales.

Últimas noticias