ÚLTIMO MOMENTO
Alguna vez contamos en estas notas de un gusto que se dio Borges y al que llamó "partículas de literatura". El texto en cuestión era "Las inscripciones de los carros".
Borges se detenía en los carros de su época -los coches de hoy, digamos, o cualquier cosa que sirva para el traslado de un modo utilitario. Borges empezaba su texto así: "Importa que mi lector se imagine un carro. No cuesta imaginárselo grande, las ruedas traseras más altas que las delanteras como con reserva de fuerza, el carrero criollo fornido como la obra de madera y fierro en que está, los labios distraídos en un silbido o con avisos paradójicamente suaves a los tironeadores caballos: a los tronqueros seguidores y al cadenero en punta (proa insistente para los que precisan comparación)".
El viejo Giorgie aún no se había quedado ciego y leía las inscripciones que se asentaban sobre los carros. Leamos: "La genuina letra de carro no es muy diversa. Es tradicionalmente asertiva -La flor de la plaza Vértiz, El vencedor- y suele estar como aburrida de guapa. Así El anzuelo, La balija, El garrote (...) Una especie definida del género es la inscripción en los carritos repartidores. El regateo y la charla cotidiana de la mujer los ha distraído de la preocupación del coraje, y sus vistosas letras prefieren el alarde servicial o la galantería. El liberal, Viva quien me protege, El vasquito del Sur, El picaflor, El lecherito del porvenir, El buen mozo, Hasta mañana, El record de Talcahuano, Para todos sale el sol, pueden ser alegres ejemplos. Qué me habrán hecho tus ojos y Donde cenizas quedan fuego hubo, son de más individuada pasión. Quien envidia me tiene desesperado muere, ha de ser una intromisión española. No tengo apuro es criollo clavado. La displicencia o severidad de la frase breve suele corregirse también, no sólo por lo risueño del decir, sino por la profusión de las frases. Yo he visto carrito frutero que, además de su presumible nombre El preferido del barrio, afirmaba en dístico satisfecho".
Borges no podía imaginar (o tal vez sí) que en un pueblo pequeño de la provincia de Buenos Aires, un hombre a su carro más moderno, tipo camión tanque -que transportaba todos los excrementos de buena parte de los habitantes de ese pueblo- lo iba a bautizar como "La Vencedora". De El Vencedor que captó Borges a La Vencedora local hay sólo una cuestión de género: la marca impone en su leyenda breve la certidumbre poderosa de que no hay pozo ciego ni resumidero que pueda derrotarla en el campo de batalla.
La Vencedora, de la familia Estévez, sigue corriendo por las calles de Tandil, en honor a que la ciudad crece desmesuradamente y en algunos de los 55 barrios las cloacas van detrás, en una lucha que le permite al atmosférico más longevo, conservar gallardamente su súper poder.
Otras inscripciones de los carros se hacen ver con menos estrépito que La Vencedora, y con otro significante. El que escribe una leyenda en su auto (preferentemente de trabajo) algo quiere decirnos.
Más de cien años después, ese carro que atravesaba el suburbio borgeano podría ser un taxi. Ayer, en la luneta de un taxi, apareció esta partícula de literatura muy escasamente borgeana: "No te enojes, bobo", se leía. Con la coma precisamente donde debe ir. Bobo es un término más o menos antiguo que reflotó el único moderado exabrupto que salió de la boca Messi, en el recordado Mundial de Katar. El mensaje del tachero resulta lacónico y feliz, una especie de signo de la paz para el manicomio a cielo abierto de las callecitas lugareñas. Es cierto que el "Bobo" le añade un poco de pimienta, pero está lejos, muy lejos de sonar tan fuerte, intempestivo y guarango como el rotundo "sorete" que hoy partió de la boca de un tipo que en la esquina de Las Heras y 9 de Julio pretendía pasar primero cuando el otro tenía la derecha. No te enojes, bobo.
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