ÚLTIMO MOMENTO
Era lo más difícil y era, seguramente, lo que ni siquiera la familia Bertolín se había propuesto, porque por lo general esas cosas devienen en parte del azar. No están, como se dice, en el gen original del proyecto. A nadie, de un día para otro, se le ocurre la idea de crear un hito urbano, y además si se le antojara tan peregrina representación lo más probable es que terminara en fracaso. Para crear un hito urbano se tienen que alinear una suma de cuestiones.
La primera, obviamente, es tener con qué hacerlo. Money. Pero, una vez más, el dinero no garantiza nada. La segunda, ya contando abundantemente con la primera, es no pensar en la pregunta básica que se hacen los contadores: ¿cuánto tiempo llevará amortizar la obra? La tercera es cierta audacia para asomarse al vacío, a la delgada línea de frontera que acerca lo disruptivo, lo que rompe, lo que tuerce algo para inventar otra cosa, con el mamarracho. Había un gran peligro ahí, pero lo disruptivo tenía una gran ventaja: fuera lo que fuera ese lugar cuando se levantara la valla de obra y apareciera por fin ante los ojos eso que media ciudad se preguntaba qué cosa era, Figlio seguiría siendo eso, lo que desde hace doce años fue y es: una heladería y cafetería.
Entonces, apenas días después del impacto inicial y el movimiento clásico de toda novedad en este pueblito (la oposición belleza/fealdad /Me Gusta / No Me Gusta), lo que realmente apareció, en el tiempo actual donde una novedad local demora diez segundos en hacerse masivamente global (lo que tarda en subirse un video a las redes), sucedió lo inesperado. La disrupción de una heladería de ciudad de provincia transformada en una suerte de templo romano con aristas renacentistas, dóricas, jónicas, la reinterpretación del Coloso de Rodas al frente, una versión de Marforio, que era una de las seis estatuas parlantes de Roma, en sobre relieve al fondo del salón, y cientos de detalles de arte y arquitectura. También la emboscada de un espejo camino al baño (no fui el único que se asustó cuando estuve a punto de tropezar con alguien idéntico a mí en el laberinto de espejos que conducen a los baños), y los propios baños en cuya atmósfera flota, como en todo el lugar, ese aire de fastuosidad que replica a Las Vegas con Dubai pero en un valle del sur de la provincia de Buenos Aires al que concurren los turistas a sacarse fotos con la fachada de la heladería, o en el interior, para dejar certificado un fenómeno que conocen muy bien los urbanistas, los paisajistas y los arquitectos: Figlio se implantó en la ciudad como un sorpresivo hito urbano, y cuando eso pasa toda la discusión, la conceptual, la estética, tan válida en sí misma, queda en otro plano frente a tamaña novedad.
Si repasamos el concepto de hito urbano, hay que retroceder a 1923, cuando para el centenario de la ciudad la colectividad española donó el Castillo Morisco. El Morisco, siempre detrás del Hito Movediza, aún con su piedra caída y rota, un hito tan perfecto como suele hacerlo la naturaleza, el Morisco, decía, al construirse en la cima del Parque, se convirtió en el lugar turístico por excelencia. Fue muy innovador para su época y hay centenares de fotografías familiares y postales que los turistas enviaban retratados en el lugar. En 1989 la Posada de los Pájaros, enclavada en un cerro entre la nada misma, también puede considerarse un hito para celebridades (primer SPA de la ciudad) y muy paradójico: el 90% de los tandilenses nunca la conoció por dentro. También lo fue en cierto modo para la vecindad La Pagoda China. Más acá en el tiempo, la foto-tótem tuvo tres lugares por el estilo pero de mucha más baja intensidad: el géiser y el cartel de flores del Lago, y el Cristo de las Sierras. Ninguno alcanzó la curiosidad y la masividad foráneas que produjo Figlio. Se podrá decir, con razón, que son otras épocas: el poder mortífero de la comunicación actual, con sus plataformas y su maquinaria infinita de viralización, achicaron la brecha de los tiempos y las distancias con el conocimiento de las cosas. Pero nada se hace masivo y va hacia él si no expresa algo diferente.
Lo que realmente rompió el molde es que una obra así, tan desmesurada en sí misma (y con todo lo que implica la hybris, la desmesura), podía esperarse en un paseo de compras, o un shopping, una galería de arte o un contexto mucho más sofisticado; era muy difícil de imaginarla en el corazón de una heladería.
Como me gusta conocer los lugares antes de que nazcan, pasé el día anterior a la inauguración. Pedí entrar y Juan Carlos Bertolín me hizo de guía por el lugar. Advertí tres preciosas y carísimas esculturas de mármol de Carrara sobre una de las paredes del salón, hechas por encargo para Figlio, y dos detalles que, por respeto, no le comenté a Juan Carlos, que venía con toda la adrenalina y el stress de la pre inauguración: la interpretación del Coloso está levemente afectada por un esguince de la muñeca izquierda; y el Marforio, la gigantesca estatua que se encuentra al fondo acostada plácidamente, tiene una intervención curiosa en derredor a la zona genital (donde le implantaron un cucurucho). Ni siquiera un Hito Urbano está a salvo de la risa cómplice, y como me contó un arquitecto amigo, el efecto del Espejo-Susto cree que es un guiño adrede de la decoración en el viaje crepuscular hacia los baños. Frente a tantos detalles, hay algo que falta, y es la señalética ilustrativa. Por ejemplo, no estaría mal que el turista que se sienta sobre los grandes bloques de granito colocados al pie de la fachada, sepa vía QR que está tomando un helado sentado sobre una roca que tiene 2000 mil millones de años geológicos, que es la edad de nuestras sierras.
A los que nos gusta estudiar las ciudades como un cosmos de capas geológicas en acción, en permanente movimiento, no podemos dejar de advertir esta línea imaginaria, triangular, que se traza en el viejo centro de la ciudad, un centro mayormente conservador al que por la ventana le entraron durante 2025 tres novedades para sacudirle la modorra: McDonald's, el nuevo Bar Ideal y el nuevo Figlio. Las tres novedades devienen de la gastronomía (que es la Santa María, carabela mayor de la santísima trinidad de la industria del turismo), y que es la actividad que mueve al mundo.
Algunas veces en estos días pensé en el viejo Renzo, que metió un clásico para la ciudad, pero le tocó inventar sus antológicos helados antes de la globalización, cuando no había más que cinco o seis sabores de helados y las heladerías eran sitios hechos para los vecinos donde se revelaba el delicado glamur de lo simple. Está claro que eran otros tiempos. Por entonces era imposible de imaginar esta escena ocurrida el último fin de semana: una familia de Mendoza fue a comer a Tierra de Azafranes, y a la hora de pedir la cuenta le preguntó a la camarera cómo tenían que hacer para llegar hasta "esa heladería famosa". Acá nomás, a poquitas cuadras, le indicó la moza. Como dijo Aristóteles que decía Perón robándole la cita: la única verdad es la realidad.
APORTA TU PENSAMIENTO
Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales.