Artículos VOLVER
Nuestro Aleph (el objeto diminuto que inventó Borges y desde donde se podía ver el Universo entero) es un salamín, sobre todo ahora que el Objeto Salame tuvo un envase que lo contuvo, pacientemente, hasta que lo soltó desde la Portada hacia la vastedad del infinito: un carretel de madera.
Y es nuestro Aleph no porque los de acá podamos ver el inacabado espacio cósmico que desde siempre nos ha sido negado, sino porque la irrebatible fuerza magnética del Salame atrae todo eso que vieron el sábado miles de personas del afuera de la galaxia serrana desde sus televisores, celulares y demás pantallas: la irradiación de los 487,22 metros del salame hacia el Más Allá. Que se sepa, nadie pagó un centavo para que las señales de televisión TN, A24 y C5N hayan enviado a sus movileros a cubrir el evento.
Vinieron, las señales, los movileros, atraídos por la Energía del Salame. Dicho así podría parecer un chiste, pero en verdad no lo es. Por algo, desde hace siete años -siete ediciones, desde que se inventó la idea de que la longitud le confiere valor agregado a la Cosa- el salame no deja de crecer. Y cada año pasa lo mismo: alguien, desde algún lugar de la argentinidad, se empeña en batir el último récord para que la historia vuelva a empezar. San Andrés de Giles le había mojado la oreja al Aleph tandileño hasta que el sábado, tras la medición de rigor y con escribano público dando fe del acto, el nuestro volvió a ganar el quiero vale cuatro.
Por lo tanto ya sabemos lo que va a pasar en los próximos meses. La venganza como acto cíclico. Y cuando ocurra, cuando en alguna localidad del interior profundo alguien se despache con, pongamos, unas cinco cuadras y media de salame (según nuestro sistema métrico decimal), otra vez se le pedirá al Aleph de acá que vuelva a sacar su chapa de imbatible o mejor: que a pesar de ser batido vuelva por sus fueros y nuevamente cante victoria entre centenares de espectadores que tras la proeza harán lo que hacen cada año: morfarse a nuestro Aleph en la nocturnal ceremonia del más atávico de los ritos serranos que ahora lleva el nombre de Chacinar.
Pero en esta edición tuvimos una novedad que nació de la idea del amigo Mariano Frías. El carretel. Parece que le costó un poco imponerla en la mesa chica donde se cocina el Chacinar. El carretel también -como el aleph- es un objeto mítico que remonta a las manos laboriosas de las abuelas cosiendo, al carretel donde se abrazaba el hilo que también, como el salame, se iba proyectando con el doble movimiento de los dedos y la aguja para salir prácticamente de la nada misma y convertirse en materia, por ejemplo el ruedo de un pantalón.
Un gran carretel de madera retuvo como hilos concéntricos los 487 metros con 22 centímetros del Aleph serrano, hasta que, no sin esfuerzo y decenas de colaboradores, lo empezaron a desalojar de su cuna circular para que otra vez la ciudad vuelva a tener el salame más largo del mundo. Será así hasta el año que viene en que la historia, porfiadamente, se volverá a reiniciar porque lo que nadie dice -por pudor, para falsa modestia, por solemnidad competitiva- es que el salame de la tandilidad tiene la medida de lo infinito, de lo inagotable, de lo que no tiene fin. Un déjà vu picado grueso.
APORTA TU PENSAMIENTO
Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales.