Es el fútbol en un país que lo respira y lo constituye. Es el fútbol y un club que se para de cara al Grotesco impresentable, y le hace ésto.

Un pasillo inverso. Le da la espalda a la deshonra.

Es el fútbol, muchachos. No la epistemología, ni la literatura, ni las ciencias políticas, ni los youtubers, ni los influencers.

Es el fútbol que nos ha dado todo. La infancia, la pelota, las primeras y más crudas lecciones de lo que eras (y lo que habrías de ser). Por ejemplo, el último que tus amigos iban a elegir en el pan y queso.

Es el fútbol que todo lo absorbe: los referís comprados, las barras, los dirigentes corruptos y la ley natural de la biología dirigencial argenta: el que viene siempre será peor del que pasó. El "Todo pasa" en el anillo de Grondona a esta altura parece una silogismo hegeliano o una máxima de San Agustín.

Por eso Chiqui Tapia, el Esperpento Redondo, dictaminando un título que no existía, y las manitos de los presidentes de los clubes que se levantaron para darle el sí en la AFA. El sí al Esperpento Redondo y también al héroe devaluado, al Fideo Di María que vino a ganar, por decreto y sin sonrojarse, el único título que le faltaba. Y el Esperpento Redondo que además obliga vía carta el procedimiendo del pasillo del equipo visitante para recibir al "campeón", como el más patético dictadorzuelo que es.

Es el fútbol que un domingo, en Rosario, le hace saber a todo un país la potencia de un movimiento doble: que niega (la estafa) y la enfrenta dándole la espalda.

Grande, Estudiantes de la Plata.

Para hacer aún más grande lo que, vaya paradoja, el genial rosarino Roberto Fontanarrosa concibió como chiste irónico, una frase que desde hace algo así como treinta años quedó para la posteridad: "¡Esto le hace muy mal al fútbol argentino!