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¿Cómo no se nos ocurrió?

A Mauricio lo conozco desde hace unos cuarenta años. Él trabajaba en un banco, tenía un empleo seguro, de cuando el bancario era un empleo cotizado. Uno podía caer por primera vez a la casa de la novia y decir lo más suelto de cuerpo que trabajaba en un banco, en cualquier banco, sea privado o sea del Estado, que a la madre se le iluminaba la cara y una sonrisa, aunque reprimida, se le pintaba en toda la boca.

Eso era un bancario en aquellos años, un tipo con un rango que estaba ahí del profesional, del abogado, del arquitecto. Un tipo que tenía, como suele decirse, la vida asegurada por la inercia de esos tiempos donde cualquiera -y mucho más el bancario- empezaba y se jubilaba en ese mismo lugar.

Todo esto viene a cuento porque Mauricio, que ya se jubiló, y a quien de vez en cuando cruzo por las calles de la ciudad, el otro día me sacudió a boca de jarro una pregunta retórica, pero pregunta al fin:

-Che, ¿cómo no se nos ocurrió?

Le pedí que me aclarara el punto. Miró hacia el horizonte, digamos hacia algún lugar indefinido del cordón serrano, y recordó que a él, tal vez porque nunca fue muy ordenado con los números, nunca se le dio por preguntarle a los varios martilleros que atendía en la caja del banco por algún terrenito o quintita en venta ubicados en las afueras de la ciudad.

-Ponele en don Bosco, o por el Centinela, o el Paraíso, la Porteña, qué se yo, lejos, lejísimo, porque hace cuarenta años eso quedaba donde el diablo perdió el poncho, ¿no te parece?

-Claro, mucho más lejos que ahora.

-Por eso te digo. ¿Cómo no se me ocurrió comprar un par de lotes de por ahí? Valían chauchas y palitos, monedas salían. Pero no, uno entonces no miraba el futuro. ¿Y quién iba imaginarse en ese momento a dónde iba a llegar esta ciudad, en la burbuja inmobiliaria en que se convirtió? Porque fíjate que si me hubiera comprado un pedacito de tierra en cualquiera de esas afueras, hoy no te digo que estaría salvado, pero ponele que tenía una jubilación extra, eso seguro ¿no?

Le digo que tal vez sí, pero que ya es demasiado tarde para lágrimas. Mauricio vuelve a preguntarse cómo fue que no se le ocurrió, y hay unas cuantas hipótesis para esa pregunta: tal vez porque era joven, porque tenía la cabeza en otra cosa, o porque quizás nunca le importó el dinero, y porque el gusto por el dinero, y el deseo de tenerlo hasta amasar una fortuna, como suele decirse, también es una forma de vida que se empieza a elegir en la juventud.

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