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Infierno en El Paraíso

Esa mañana el experto en cabalgatas recreativas Gabriel Barletta desayunó frugalmente y subió a su camioneta. El día había amanecido con un cielo limpio y desde que arrancó la chata hasta que llegó al hotel donde se hospedaba la delegación alemana no percibió el más mínimo presagio de lo que iría a sucederle algunas horas después. El hombre hacía ya una década que se había iniciado en la actividad que combina la destreza del caballo con los conocimientos del paisaje tandileño.

Barletta llegó al hotel y esperó que las cinco alemanas que lo habían contratado bajaran de las habitaciones. Recién cuando las vio se preguntó cómo haría para entenderse con ellas; la duda le duró muy poco. Una de las damas, de nombre Gersa, comulgaba un español precario, pero español al fin. Fueron en la camioneta hasta el predio donde pastaban los caballos y cuando estaban llegando una de las alemanas dejó caer la leyenda que merodea a la Sierra de Las Ánimas. La mujer refirió el mito más célebre: el denominado Pozo de las Ánimas, un supuesto agujero insondable y sin fin, fenómeno que podría comprobarse al arrojar una moneda al vacío y no escuchar el golpe del objeto contra la superficie. Tras este enigma pidieron ir las alemanas. El cabalgatero no pudo negarse. Sabía que para entrar a la Sierra Las Ánimas -propiedad de la cantera Carba- debía sortear la por entonces nada amigable presencia del cuidador del predio, un centinela al que aquí daremos el nombre de Kid Perdigón, en referencia a la escopeta que lo hizo célebre entre nativos, curiosos y turistas que se atrevieron a desafiarlo.

Cuando llegó al lugar Barletta no encontró la presencia de Kid Perdigón sino la de su esposa. Fue lo mismo. La mujer le cerró el paso. Discutieron agriamente mientras las cinco alemanas, unos metros más atrás, eran mudas testigos de aquel debate inexplicable. El hombre, sin bajarse del caballo, perdió los estribos y decidió subir a las Ánimas de la forma que fuera.

-Si te atrevés a entrar hacete cargo de las consecuencias -le advirtió la señora.

Harto de la discusión, antes de atravesar la tranquera, el cabalgatero dejó en los oídos de Doña Perdigonada la frase que despertaría pasiones inversamente proporcionales a su significado literal:

-Má sí, chupame un huevo -le dijo Barletta y se mandó sierra adentro junto a la delegación alemana.

Gersa, que sabía un poco de español pero nada de los modismos criollos, preguntó:

-¿Qué cosau le dijisteu a la señorau?

-Un piropo argentino -inventó el jinete para salir del paso.

Luego de la excursión se detuvieron a beber unos refrescos en la AM-PM El Paraíso. En eso estaban las cinco alemanas y nuestro guía cuando se abrió la puerta y apareció Doña Perdigonada, el marido Kid Perdigón y Perdigonazo, el hijo del matrimonio.

-A ver si me repetís la grosería que le dijiste a mi esposa -rugió Kid Perdigón.

Gabriel Barletta alcanzó a ponerse en guardia pero no le sirvió de mucho. Entonces la estación de El Paraíso se convirtió en un infierno. Porque entre los tres molieron a golpes y rebencazos al cabalgatero, y hay que imaginarse las caras de las alemanas, estupefactas de pavor, cuando tras la desigual pelea debieron socorrer al jinete maltrecho y llevarlo a la guardia del Hospital para que le hicieran las primeras curaciones. "¡Casi lo matan por un piropou! ¡Qué paíus de salvajeus!", gritaba Gersa aún perpleja por lo que había visto. Pero empezó a entenderlo todo cuando el médico de guardia, en términos académicos, le tradujo el "piropo" que había lanzado nuestro jinete y que convirtió a aquella excursión a las Ánimas en una verdadera prueba de turismo aventura.

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