Historias desde el Bar El Ideal VOLVER
No debe llegar al metro y medio de altura y a los setenta pirulos. Se acerca a la mesa algo dubitante, como a tientas. Pregunta si ésa es la mesa de consulta y recién cuando le pido que se siente -la mano hacia adelante indicando la silla-, el hombrecito lo hace. Después se quita los lentes, carraspea y anuncia el porqué está allí.
-Quiero escribir un libro -dice.
-Es fácil. Se sienta y lo escribe -le digo, para achicarle el trámite y que se evite el pago del café en la consulta. Tras lo cual agrego: Todo el mundo tiene una historia para contar.
-Ahí está el problema -dice-. Mi problema es que no tengo ninguna historia para contar.
-Eso no puede ser posible. En toda su vida algo le debe haber pasado. Aunque sea cuente alguna anécdota de la colimba, esas historias nunca fallan.
-Me salvé por número bajo.
Lo observo con más atención. Es un hombrecito pálido, los labios finos, una boca de la que nunca parece haber salido un insulto.
-Nunca no sé, pero no me gustan las malas palabras.
Y luego desglosa la totalidad de la Nada en la que ha vivido: nunca se enamoró, nunca se casó, nunca lo echaron del trabajo (35 años de leales servicios detrás de un escritorio); nunca pegó un portazo, nunca se perdió en un viaje, nunca traicionó, nunca fue traicionado, nunca se peleó con un amigo (tenía dos amigos, los dos ya muertos). Nunca dio ni ligó una trompada, nunca fue fanático de algo (ni del fútbol, ni de los autos, ni de las mujeres, ni de algún hobby). Nunca fue operado (sólo de niño garganta, nariz y oído); nunca se cayó en la calle, nunca le fracasó un negocio, ni pasó un papelón irremontable, nunca le gustó la pesca, ni la caza, ni el mar ni, mucho menos, la playa. Nunca remontó un barrilete. Nunca tocó el timbre y salió corriendo. Nunca se mamó ni repitió ni fue la vergüenza de la familia. Le insisto con esa sucesión de hechos que (casi) todos los mortales hemos vivido, pero su cabeza niega con culpa, como si todo lo que NO le pasó fuera una maldición que le vino de nacimiento.
Entonces, como si la musa se lo dictara al oído, dice algo que sí le viene pasando cada vez más seguido.
-Sueño -dice-. Tengo un sueño recurrente.
-Dígame.
-Sueño que un día me pasa algo -dice.
-Ahí lo tiene. Empiece a escribir el libro sobre ese sueño, y tal vez cuando se largue a escribir vengan otros sueños con otras cosas que le empezarán a pasar de golpe, soñando, porque de eso se trata la escritura. De la primera palabra, señor. Porque después de la primera viene la segunda y la tercera, y así de seguido. ¿Comprende?
El hombrecito dice que sí, que comprende perfectamente. Después agradece, llama a la moza, paga mi café y se va.
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