Historias desde el Bar El Ideal VOLVER
Dicen que el Gordo Anselmo no existió. Que es un mito de infancia. Que en aquellos años el carácter angélico del pueblo era propicio para esas mitologías. Por caso, la Llorona o la Luz Mala.
Eso dicen. Que a lo sumo Anselmo, de ciento treinta y cuatro kilos pesados en la farmacia de Moreira (la Central, al lado del Bar Tito) era un mecánico de los suburbios, del Tandil de las orillas, cuando las orillas, más allá de las cuatro avenidas, era campo pleno.
Dicen que el Gordo Anselmo fue una leyenda que nadie sabe quién inventó. Que a lo sumo sería un parroquiano más del bar, aunque en rigor mucho por el bar no se lo veía.
Salvo para la Navidad.
Entonces, aunque los que dicen que el Gordo Anselmo no existió, tampoco se atreven a refutar de manera contundente, eso que pasaba el 24 de diciembre, cerca de las once de la noche. Y no se atreven porque tal vez, en el fondo de sus almas incrédulas, aún habitara un miligramo de candor, algo que les impedía jurar por Dios y con los dedos cruzados sobre la boca, eso que pasaba la noche de Navidad.
Dicen los que dan fe completa y total de la existencia del Gordo Anselmo y su doble vida, que él, a las once, como se ha dicho, entraba al Bar Ideal provisto de una valija de cartón en una mano y una bolsa en la otra. Que en el interior del baño (hay unanimidad acerca del aire fétido que hacía del baño un recinto irrespirable) el Gordo se disfrazaba de Papá Noel, se paraba frente al espejo opaco que le devolvía su cara que ya no era su cara, la peluca, el gorro, la barba, y que luego de prestarse al trance hipnótico salía del baño, cruzaba el salón un tanto desierto porque casi todo el mundo estaba en sus casas esperando la nochebuena, y luego bajaba el cordón, hacía cuatro pasos hasta la garita de policía, al tiempo que Kid Lona, el policía boxeador allí destinado, le daba un abrazo, le cedía el puesto de mando en la garita, en una suerte de intercambio lúdico-alcohólico: el Gordo Anselmo copaba la garita y Kid Lona se metía en el Ideal a tomarse un par de ginebras.
Dicen que el Gordo Anselmo esperaba. Dicen que la hora -de las diez a las once de la noche- no ayudaba a que un niño pasara por allí, aunque sea de la mano de sus padres. Pero que siempre -dicen y enfatizan: siempre- había un pibe que aparecía por el fondo de Rodríguez o de Pinto, y que entonces el Gordo Anselmo, parado adentro de la garita abría los brazos, lo saludaba con una voz gruesa y potente (porque así fabulaba él que había sido la voz de Santa), y de una bolsa sacaba un regalo para el pibe, un regalo que había mangueado en la semana en el Bazar Americano.
Eso dicen, algunos, del Gordo Anselmo. Otros, se sabe, la mayoría tal vez, dicen que no, que es un mito, un personaje, una ficción. Dicen que él no les daba ni bola a los refutadores de leyendas. Es más: dicen que mientras el pibe se acercaba a la garita, el Gordo Anselmo, además de reencarnarse en Papa Noel, tomaba la voz de un tal Calderón de la Barca cuando se largaba a recitar eso que de memoria había aprendido en la escuela: "Qué es la vida / un frenesí / qué es la vida / una ilusión / Una sombra / una ficción / Y el mayor bien es pequeño / Que toda la vida es sueño / Y los sueños, sueños son.
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