ÚLTIMO MOMENTO
No es París, claro, pero podría serlo. Con un poco, sólo un poco de imaginación. Hay un jardín, hay un Palacio, hay un reloj de tres caras -que además fue regalado por la comunidad francesa para el centenario de la ciudad. Hay música. Hay el lento declive del día, lo que en un rato será el atardecer.
Sobre el verde césped está la Banda de Música del Municipio. Se ha despachado con una linda versión de "La cumparsita", pero en la quietud -en las notas que vibran todavía sobre el pentagrama del aire, bajo el cielo azul-, se oye aún la resonancia de lo que acaba de ocurrir: el señor Freddie Mercury ha entrado en escena, a pesar de que ahora replican, con un jolgorio que atempera la tradición tristona del tango, los acordes del tema que fue compuesto como una marcha por el músico uruguayo Gerardo Matos Rodríguez. "La cumparsita", sin quererlo, finalmente devino en tango sin letra. Sin la poética de la queja perpetua que expresa el tango, eso que Borges tanto detestaba.
Pero no hay caso. El aura de Mercury se ha quedado aquí, apenas la Banda de Música dejó caer el último acorde de "Rapsodia bohemia", y el público desató una ovación catártica, de emoción y gratitud, porque la versión instrumental de la banda del pueblo estuvo muy bien lograda, tan bien que hasta la voz del propio Freddie se llamó a silencio para que a las 18,35 del martes 23 de diciembre algo parecido a un bálsamo se apropiara del espíritu del público que había ocupado sus lugares en sillas dispuestas sobre la vereda, caudalosamente, obligando a reponer el mobiliario a medida que avanzaba el concierto y la concurrencia crecía con la silenciosa felicidad de que la realidad, por fin, le había tendido la mano, una tregua, ante el sofocante año que se extingue.
En la era del híper consumo (porque no hay sentido para la existencia occidental si no se compra algo, sea lo que sea) ha quedado debilitada la teoría de que lo mejor es gratis. Sin embargo, todavía hay pruebas de ello.
Por ejemplo, la Banda de Música del Municipio tocando en los Jardines del Palacio.
París queda lejos pero está cerca. En el centro de la escena, vertical en su elegancia, melancólico estatuario, tan inmortal con su alma peregrina, el reloj que durante años tuteló la intersección de las avenidas Santamarina, Colón, Marconi y España, por lo mismo llamado como "El Reloj de las Cuatro Avenidas", el mismo que luego fue mudado a la plazoleta de Alvear y Azcuénaga, parece aquí haber encontrado su lugar definitivo. La hiedra que sube por su pie es la alegoría de la fidelidad al tiempo. Y es el tiempo el que ahora se ha detenido, asosegado, el tiempo entre los jardines del Palacio, París, Freddy Mercury y "La Cumparsita", a pocos metros de la Navidad.
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