ÚLTIMO MOMENTO
Es, quizá, la última nota del año y bien podría elegir todo lo nuevo que trajo para la ciudad el 2025. Pero no. Lo nuevo -por tener en sí mismo la sustancia de la novedad- habrá de quedarse. Esta foto, la que elegí para acompañar la nota que cierra el año, ya es pasado. El pasado aquí está cifrado en una versión totalizante. Es pasado la foto de papel (también en vías de extinción) y es pasado el elemento central de la foto: la casa.
La imagen serviría para un ejercicio de taller de escritura. Qué nos dice esa foto. En principio nos dice o nos insinúa, para quienes desconocen la historia de la casa, el modo con que fue mirada -y a su vez el modo con que sus habitantes nos miraron- durante el tiempo que estuvo viva y presente. Nos dice de la particularidad de su altura. Sin embargo, no es una casa alta; es, digamos, el punto de vista lo que altera la perspectiva.
Es una casa baja ubicada sobre una módica elevación. La rareza es que no fue construida sobre la falda de una sierra. Su empinamiento respetó el accidente geográfico del terreno que circunda una avenida, algo que no pasó con todas las otras casas que supieron rodearla. Por eso la casa está sobre una loma. Su construcción es precaria; aparecen tres ventanas en el frente, y sobre la puerta de entrada, a la izquierda, la construcción toma un poco de altura, a la par que va cediendo hacia el extremo de la derecha, donde se vislumbra lo que podría ser, eventualmente, la entrada a un galpón. Se observan barrotes o rejas sobre las aberturas, pero ni la aridez del ladrillo a la vista (rústico, de casa pobre, muy diferente al "ladrillo-vista" tan común en los chalés de clase media) ni la altura donde la levantaron ni la falta de veredas, porque la loma lo ha impedido, son tan dominantes en la foto como la humanidad que la casa nos transfiere: hay, creo, nueve personas paradas sobre el montículo. Algunas parecen mirar al fotógrafo; otras no. Hay un hombre que ajeno a la foto observa algo parado arriba del techo.
Pero lo que sobresale, en un primer plano, son cuatro niñas y un niño. Familia numerosa, clave de ese tiempo. Una de las nenas parece querer trepar el montículo. Una mujer con un vestido rojo podría ser la madre de las niñas. Los hombres presumiblemente jóvenes que se apuestan en la fachada tienen la postura de aquellos que están posando para la foto.
Seguramente, en el momento histórico que esa foto fue tomada, nadie de los nueve seres humanos que están allí, habitando el exterior de la casa, dándole a la casa la categoría de hogar, pudieron imaginar el fin de la historia.
A esa casa se la conoció durante muchos años, los años que con su pintoresco don panóptico aparecía como un faro horizontal, una torre módica, un periscopio sin submarino, en atenta vigilancia sobre todo lo que la rodeaba.
Se la conoció, si los memoriosos no me contradicen, como la Casa de Guinea. Estuvo ubicada sobre la Avenida España, del lado de la vereda del Dispensario, como si hubiera sido colgada sobre el pináculo más alto del terreno, en un tiempo pretérito y casi inmemorial, cuando los arroyos todavía no habían sido entubados, el pueblo no tenía televisión ni radio local y apenas si había tres líneas de colectivos que competían, y a veces perdían, contra la bicicleta que masivamente usaban los obreros para ir a trabajar a las fábricas.
De la Casa de Guinea, después de la demolición, quedó esta foto.
A partir de la impresionante aceleración edilicia y tecnológica que vivió la ciudad desde el bicentenario para acá (es decir los últimos dos años), con la construcción al unísono de 60 edificios, habría que empezar a preservar lo que se pueda, aunque sea la fotografía de un tiempo ido. Todo pasa muy rápido, más rápido de lo que nos gustaría, pero no hay nada distinto en el devenir de la Historia: nos guste o no, siempre lo nuevo llegó para reemplazar a lo viejo. Y así el mundo sigue andando.
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